La Tortuga que Quería Volar

Una tortuga soñaba con volar como los pájaros. Pero a veces, el deseo de alcanzar lo imposible puede llevarnos a una lección más grande que el propio cielo.

8min.

Imagen: DALL·E

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Adán JP

Imagen : DALL·E

Había una vez, en una lejana selva de México, una tortuga llamada Tzunuum. Desde que era pequeña, pasaba horas observando a los pájaros volar libremente en el cielo. Admiraba cómo se deslizaban por el viento sin esfuerzo, cómo surcaban las nubes y desaparecían en el horizonte. Tzunuum soñaba con volar.

Cada día, mientras sus amigos las ranas jugaban en los charcos y los monos trepaban por los árboles, ella suspiraba mirando al cielo.

—¡Quiero volar! —decía—. No quiero arrastrarme por el suelo toda mi vida.

Los demás animales se reían.

—Las tortugas no vuelan —decía el jaguar con una sonrisa burlona.
—Tus patas están hechas para caminar, no para alzar el vuelo —añadía el búho con sabiduría.

Pero Tzunuum no se rendía. Un día, decidió pedir ayuda a los pájaros. Se acercó a dos golondrinas que construían su nido y, con emoción, les dijo:

—Amigas golondrinas, ayúdenme a volar. Quiero sentir el viento como ustedes.

Las golondrinas se miraron con duda, pero al ver la determinación en sus ojos, decidieron intentarlo.

—Sujeta esta rama con tu boca y no la sueltes —le dijeron.

Cada una tomó un extremo del palo con sus patas y la tortuga se aferró con su boca al centro. Con todas sus fuerzas, las golondrinas alzaron el vuelo, levantando a Tzunuum del suelo.

Por primera vez en su vida, la tortuga vio el mundo desde lo alto. El río brillaba como una serpiente de plata, las montañas tocaban el cielo y los árboles eran pequeños puntos verdes. Era más hermoso de lo que jamás había imaginado.

Pero entonces, escuchó el murmullo de los animales en tierra que la observaban sorprendidos.

—¡Miren a la tortuga volar! —gritó un zorro.
—¡Es increíble! —exclamó un venado.

Orgullosa, Tzunuum quiso decir algo.

—¡Lo logré! ¡Estoy vol…!

Apenas abrió la boca para hablar, soltó la rama… y en un instante, cayó en picada.

Los animales observaron horrorizados mientras la tortuga descendía. Pero la suerte estuvo de su lado: cayó sobre un enorme arbusto espeso que amortiguó el golpe. Aunque un poco aturdida, estaba viva.

Las golondrinas descendieron a su lado preocupadas.

—¿Estás bien? —preguntaron.

Tzunuum se quedó en silencio un momento, y luego rió.

—Sí, estoy bien. Y ahora sé que volar no es para mí… pero al menos, por un instante, fui la tortuga más feliz del mundo.

Desde aquel día, Tzunuum dejó de anhelar las alas que nunca tendría. En cambio, aprendió a disfrutar la belleza del suelo, de los ríos y de la tierra firme, comprendiendo que cada criatura tiene su propio lugar en el mundo.

Moraleja:
«A veces, desear lo imposible nos impide ver lo valioso que ya tenemos. No todos podemos volar, pero eso no significa que no podamos alcanzar la felicidad.»

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