Las leyendas vikingas están llenas de relatos sobre dioses, guerreros y batallas, pero hay una historia que pocos se atreven a contar. Una historia de codicia y maldición, de un tesoro que jamás debió ser desenterrado.
Hace siglos, en la costa rocosa de Noruega, existió un clan vikingo temido por su ferocidad. Liderados por Sigvard el Implacable, navegaban los mares saqueando pueblos, arrasando fortalezas y acumulando riquezas que jamás gastarían. Pero había algo que Sigvard valoraba más que la gloria: el oro de los dioses.
Según los relatos de los skalds (poetas vikingos), en uno de sus viajes encontraron un templo oculto entre los fiordos, un santuario dedicado a los antiguos dioses, olvidado por el tiempo. En su centro, un altar sostenía un cofre de oro puro, sellado con runas que advertían:
«Aquel que tome este oro tomará su destino, y su estirpe se perderá en la niebla.»
Sigvard, cegado por la ambición, ignoró la advertencia. Ordenó a sus hombres cargar el tesoro en su drakkar y lo llevó de regreso a su aldea, convencido de que los dioses solo protegían su oro con palabras vacías.
Esa misma noche, el viento cambió.
El mar, que siempre había sido su aliado, se volvió contra ellos. Sus barcos fueron arrastrados por tormentas repentinas, sus cosechas se marchitaron y una enfermedad desconocida comenzó a consumir a su gente.
Uno a uno, los guerreros que tocaron el oro murieron en circunstancias inexplicables. Algunos desaparecieron en la bruma del fiordo, otros fueron hallados con expresiones de terror en sus rostros, como si hubieran visto algo imposible. Sigvard resistió por más tiempo, aferrado a su tesoro, pero finalmente la maldición lo encontró.
La última vez que alguien lo vio, estaba de pie en un acantilado, sosteniendo una pieza de oro en la mano. Susurros en una lengua desconocida llenaban el aire, y antes de que pudieran alcanzarlo, se lanzó al vacío.
Los pocos sobrevivientes de su aldea enterraron el oro en una cueva sellada con piedras y runas, con la esperanza de que nadie más lo encontrara. Durante siglos, la historia se convirtió en un rumor, un mito para asustar a los niños.
Hasta que, en 1963, un grupo de arqueólogos encontró una tumba olvidada cerca de un fiordo al norte de Noruega. Dentro, hallaron un esqueleto cubierto con oro… y una inscripción en una antigua piedra rúnica:
«Devolvedlo antes de que despierte.»
Desde entonces, las personas que han intentado investigar la historia han experimentado sueños extraños, visiones de guerreros sin rostro y voces susurrando en la niebla.
Algunos creen que el oro sigue esperando.
Otros dicen que Sigvard nunca se fue.
Y que, en las noches de tormenta, si escuchas atentamente en los fiordos, puedes oír un susurro en el viento que te llama por tu nombre.