Esta es la fábula de la tortuga que soñaba con volar…
En lo profundo de una selva antigua, donde los árboles se alzaban como columnas verdes y la bruma matinal besaba los caminos de tierra, vivía una pequeña tortuga llamada Tzunuum. Desde su nacimiento, algo en su interior se sentía distinto al resto de su especie. Mientras las demás tortugas aceptaban con calma su andar lento, su vida serena y su mundo pegado al suelo, ella levantaba la mirada al cielo.
Cada mañana, Tzunuum observaba a las aves danzar entre las ramas, volar sobre los ríos y jugar con las corrientes de aire como si fueran parte del viento mismo. La libertad con la que surcaban el firmamento la dejaba fascinada. Anhelaba, más que cualquier otra cosa, sentir en su propio cuerpo ese mismo impulso de volar, de elevarse y dejar atrás el peso del mundo.
—¿Por qué las tortugas no podemos volar? —preguntaba a su madre, día tras día.
—Porque no nacimos para eso, hija —respondía ella con ternura—. Cada criatura tiene su don. Nosotros tenemos nuestro caparazón, nuestra paciencia, nuestra fortaleza.
Pero Tzunuum no se conformaba. Su deseo era más fuerte que cualquier advertencia, y su imaginación volaba cada vez que cerraba los ojos.
Un día, mientras paseaba cerca de un claro del bosque, vio a dos golondrinas construyendo su nido en una rama alta. Se acercó lentamente y, sin dudarlo, les habló:
—Hermosas golondrinas, les ruego algo que jamás nadie me ha concedido: quiero volar. Solo una vez. Sentir lo que ustedes sienten allá arriba.
Las aves se miraron entre sí, con sorpresa y algo de compasión.
—¿Volar? ¿Tú? —preguntó una de ellas—. Es peligroso. No estás hecha para eso.
—Lo sé —respondió Tzunuum—. Pero si solo pudiera intentarlo, aunque fuera un instante, aunque después cayera… sabría que fui libre.
Conmovidas por su pasión, las golondrinas decidieron ayudarla. Idearon un plan. Buscaron una rama fuerte y recta, y le dijeron:
—Sujeta esta rama con tu boca. Nosotras la tomaremos de los extremos con nuestras patas. Volaremos juntas. Pero escucha bien: no debes hablar. Si sueltas la rama, caerás. ¿Lo entiendes?
—Sí —asintió Tzunuum, decidida.
Al amanecer, cuando el cielo apenas comenzaba a pintarse de rosa, el plan se puso en marcha. Las golondrinas alzaron el vuelo, llevando consigo a Tzunuum, suspendida en el aire. Al principio, el ascenso fue tembloroso, pero pronto, la tortuga se encontró flotando, sintiendo el viento en su rostro, viendo la selva desde lo alto como nunca antes.
Era hermoso. Era glorioso. Era todo lo que había soñado.
Desde arriba, el mundo parecía nuevo: los árboles se veían diminutos, los ríos serpenteaban como espejos líquidos, y el cielo se abría sin fin. Los animales de la selva la vieron pasar y comenzaron a murmurar.
—¡Una tortuga volando! —gritó un venado.
—¡Increíble! —dijo un zorro—. ¡Es un milagro!
Orgullosa, emocionada y con el pecho lleno de alegría, Tzunuum quiso gritar al mundo lo que sentía.
—¡Miren todos! ¡Estoy vol…!
En ese instante, al abrir la boca, soltó la rama. El grito de felicidad se convirtió en un suspiro de terror. Su cuerpo cayó como una piedra desde lo alto, girando en el aire.
Los animales contuvieron el aliento. Las golondrinas descendieron rápidamente, pero ya era tarde.
Tzunuum cayó sobre un manto espeso de hojas y helechos, lo que evitó su muerte. Estaba adolorida, golpeada, pero viva. Tardó unos minutos en moverse. Cuando al fin lo hizo, miró al cielo y, en vez de llorar, rió.
—Lo hice. Por un momento… fui libre.
Las golondrinas se posaron a su lado, preocupadas.
—¿Te arrepientes? —preguntaron.
—Jamás —dijo Tzunuum con voz suave—. Aprendí que volar es hermoso, pero aún más hermoso es aceptar quién soy y lo que tengo aquí abajo. La tierra también tiene su magia.
Desde ese día, la tortuga ya no soñó con volar, pero caminó con la cabeza más alta, y con el corazón más ligero. Supo que su valor no estaba en tener alas, sino en atreverse a buscar el cielo y volver con una lección que solo los valientes conocen.
Moraleja:
«A veces, desear lo imposible nos impide ver lo valioso que ya tenemos. No todos podemos volar, pero eso no significa que no podamos alcanzar la felicidad.»