El Amazonas es un reino indomable, donde el tiempo se detuvo y la naturaleza aún habla en lenguajes que pocos pueden comprender. Entre los ríos caudalosos y la espesura infinita, los indígenas tienen un nombre que susurran con respeto y temor: Yarumo Káma, el Guardián del Amazonas.
Los más ancianos cuentan que mucho antes de la llegada de los conquistadores, existió una tribu olvidada que construyó un templo sagrado en honor a los dioses de la selva. Allí, en lo más profundo de la jungla, colocaron una piedra de fuego, un fragmento de los cielos que cayó en tiempos antiguos, otorgando poder a quien supiera respetarlo. Pero no todos eran dignos de tocarla.
Un día, un guerrero ambicioso llamado Tupana desafió a los ancianos y quiso tomar la piedra para sí. Decía que con su poder podría gobernar la selva y extender su tribu más allá de los ríos. Pero cuando sus manos tocaron la piedra, un rugido estremeció la tierra. La selva despertó en furia y el cielo se tornó negro. Los árboles se movieron como si fueran serpientes vivas, y de entre las sombras emergió Yarumo Káma, el Guardián de la selva.
Dicen que era un ser mitad hombre, mitad espíritu, cubierto de piel de jaguar, con una máscara de plumas negras y una lanza que brillaba con fuego propio. Con una voz profunda como el trueno, le habló a Tupana:
“Eres indigno. La selva no es un trono. Es un espíritu que se respeta.”
Antes de que Tupana pudiera responder, las raíces lo atraparon y lo arrastraron hasta las entrañas de la tierra. Su tribu huyó aterrorizada y el templo fue tragado por la selva. Desde entonces, nadie ha vuelto a encontrarlo.
Pero los chamanes dicen que el Guardián aún está ahí. Que en las noches sin luna, se le puede ver caminando entre los árboles, con su lanza encendida, vigilando el corazón del Amazonas. Y advierten que aquellos que entren en la selva con avaricia o sin respeto por su espíritu, despertarán a Yarumo Káma… y nunca encontrarán el camino de regreso.