La abadía de Saint-Armand se alza en las tierras olvidadas de Normandía, un lugar donde el viento ulula entre los muros derruidos y las sombras parecen moverse con voluntad propia. Ningún aldeano se atreve a cruzar sus arcos en ruinas cuando cae la noche, pues todos conocen la historia. Allí, entre las lápidas cubiertas de musgo, vaga el Caballero sin Alma.
Dicen que en los tiempos de la Guerra de los Cien Años, cuando Francia ardía en llamas y los ejércitos se enfrentaban en campos teñidos de sangre, existió un guerrero llamado Théobald de Saint-Armand. Fue un caballero temido y respetado, leal a su señor, pero ciego de ambición. En su búsqueda de poder, hizo un pacto con una orden secreta, cuyos monjes le prometieron invulnerabilidad en la batalla… a cambio de algo más valioso que su vida.
No le pidieron su sangre ni su juramento. Le pidieron su alma.
Théobald rió, pues no creía en supersticiones. Selló el pacto con su propia espada y partió a la guerra. Ninguna hoja lo tocó, ningún enemigo logró derribarlo. Se convirtió en leyenda, el caballero que no conocía el dolor ni la muerte.
Pero con cada victoria, algo dentro de él comenzó a desmoronarse. Los rostros de los hombres caídos lo acechaban en sus sueños. Sus recuerdos se desvanecían como niebla. Su reflejo en el agua no era más que una sombra oscura.
Al regresar a Saint-Armand, fue recibido con temor en lugar de honor. Su amada, Jeanne, lo miró con horror y le susurró con voz temblorosa:
“No eres tú… tus ojos están vacíos.”
Solo entonces Théobald comprendió lo que había hecho. Su carne aún vivía, su espada aún cortaba, pero él… ya no era un hombre.
Desesperado, regresó a la abadía y exigió a los monjes que le devolvieran su alma. Pero el abad, con una sonrisa gélida, le respondió:
“El pacto se cumplió. Solo la muerte podría liberarte… pero la muerte ya no te reclama.”
Théobald, en un acto de furia, los masacró uno por uno dentro de la abadía. Pero incluso al ver sus cuerpos sin vida, supo que no había victoria. Su alma jamás regresaría.
Desde entonces, la abadía quedó en ruinas y el Caballero sin Alma aún vaga entre ellas. Cada noche, cuando la niebla cubre las tumbas, su armadura resuena entre los pasillos vacíos, su espada negra reflejando la luz de la luna.
Algunos dicen que busca un duelo que nunca llega. Otros, que espera que alguien reclame lo que él perdió. Pero todos coinciden en algo: si lo ves y te cruzas en su camino… no dejes que te mire a los ojos.
Porque si lo hace, sentirás un vacío helado en tu pecho. Y si te quedas demasiado tiempo en la abadía… tal vez tu alma termine donde la suya nunca pudo escapar.